Mercedes Rueda Fernández ( artículo 25 de enero 2010)
Los vemos por todas partes, viven en nuestras ciudades. Están pero no nos mezclamos con ellos. Los vemos como sombras con las que nos cruzamos cada día, o como lluvia que, contumazmente, va empapando la convivencia. Están, pero no nos mezclamos con ellos. Nos mezclamos con poca gente, la verdad. Me refiero a inmigrantes que buscan espacios en el mundo para sobrevivir y el mundo, que yo sepa, es de todos. Hacen bien. Y la ley a ordenarlo.
En Vic, en Cataluña, está la punta del iceberg, la parte visible de una gran masa de hielo que cubre todo nuestro espacio nacional. Allí se pretendía no empadronar a inmigrantes con lo que no tendrían acceso a la educación, a la vivienda ni a la sanidad. El padrón te dice que existes y donde existes y esas personas, parece ser, que lo pueden hacer todo menos existir. Y si no existen no te mezclas ni hablas ni respetas, si no existen puedes dar rienda suelta al desprecio, ostensible o no, hipócrita siempre, porque no es sólo en Vic. Vic somos todos.
Yo siempre he tenido claro que el espacio en el que se desarrolla mi vida no es sólo mío, para nada, mía sólo es mi persona y no debíamos tener ningún inconveniente en compartir lo que no nos pertenece con otros, sean quienes sean y vengan de donde vengan. Como tantas cosas, es xenófobo el que opta por serlo. El xenófobo quiere ser xenófobo, es fundamentalista decidido. Tenemos la mala formación de creer que por sentirnos de un lugar, eso nos da derecho a cuestionar el lugar de los demás, tenemos la mala baba de mirar como diferentes a los foráneos sin ni siquiera intentar pensar que somos iguales y no sólo ante la ley sino ante la vida.
A mí me caen bien todas las personas que son de caer bien, igual en los inmigrantes. Pienso en la historia de sus pueblos, en las situaciones que les han hecho dejar lo que les identifica, cada cual como ha podido y arribar a unos países que, desde sus ojos, deben ver como de otro mundo y lo somos, otro mundo que esquilmó al suyo en su momento. Este primer mundo vive ahora bien porque cuando lo necesitó robó, se trajo, lo mejor del suyo, del de todos ellos. Y la mayoría, no me refiero a esas mafias que sabemos, vienen con humildad, ni siquiera a pedirnos nada, sólo a sobrevivir. Duele ver ese silencio, esas miradas perdidas, esos muertos que no son llorados, esa apariencia de estar en deuda contigo, esos torsos manchados de todo lo peor de los trabajos, esos servicios que nosotros convertimos en serviles. Me cuesta pensar incluso que sienten y que viven. Y cuando recibo una sonrisa al pedirme un cigarro, ahora se pide mucho tabaco, me da pena de mi misma por darme pena de ellos. Pero yo puedo hacer poco, son los ayuntamientos los que tienen que trabajar, que no es suyo el chiringuito, y que se dejen de encubiertas maniobras xenófobas, que indignan bastante. O que dimitan y se vayan, que ya estamos hartos de políticos inútiles e ineptos que se creen el ombligo del mundo. Así de claro.