Carmen Vigil y Mª Luisa Vicente
«Entre las funciones atribuidas hoy a las mujeres en las sociedades patriarcales occidentales, la de atraer y complacer sexualmente a los hombres ocupa un lugar primordial. En el ámbito de las relaciones heterosexuales, las mujeres encarnan “el sexo”. Los hombres utilizan el término “mujeres” como indicativo de un objeto que se puede degustar y consumir, de un placer mundano que se puede disfrutar, al mismo nivel que la comida o el vino. El cuerpo femenino ha sido objetualizado, erotizado, sexualizado.
Este cuerpo no es simplemente la forma física de estar en el mundo de una parte de los seres humanos (los que tienen un aparato reproductor femenino en lugar de masculino). No: el cuerpo femenino es en sí mismo un objeto sexual, que puede ser usado y consumido por los seres humanos que tienen un aparato reproductor masculino (estos últimos, los hombres, simplemente tienen un sexo, unos deseos sexuales, pero en ningún caso su cuerpo puede reducirse “sexo”, como el de las mujeres)
La existencia de la prostitución como institución social precede necesariamente al tráfico de mujeres y niñas con fines de explotación sexual. Sólo a partir de la conversión del cuerpo femenino en una mercancía puede explicarse que se trafique con mujeres de países en vías de desarrollo para abastecer la demanda de este mercado en los países occidentales (o bien para cubrir las necesidades de algunos países en desarrollo que han hecho del turismo sexual una de sus principales fuentes de ingresos)
a práctica social masculina de usar los cuerpos de las mujeres como objetos con los que satisfacer sus deseos y fantasías sexuales ha alcanzado hoy unas dimensiones pavorosas. A pesar de que el feminismo ha conseguido que algunas modalidades de esta práctica sean tipificadas como delictivas, y consecuentemente penalizadas, asistimos desde hace ya más de dos décadas a una ofensiva en toda la regla en la utilización de los cuerpos de las mujeres como instrumentos de placer al servicio de los hombres, a través de sus modalidades “comerciales”. Una ofensiva patriarcal que actúa como contrapeso a las conquistas logradas en otros ámbitos, en la medida en que sirve para resituarnos en “nuestro lugar”
En Australia, según datos aportados por Sullivan y Jeffreys (2001) desde la legalización de la prostitución en el Estado de Victoria en 1984, el número de prostíbulos se ha triplicado, y la mayoría trabajan sin licencia con total impunidad. La industria ilegal, a partir de la despenalización en New South Wales en 1995, se encuentra fuera de control y el número de prostíbulos en Sydney se estima en unos 400, la mayor parte sin licencia. En Holanda y en Alemania, donde la prostitución se ha legalizado en 2000 y 2002 respectivamente, también se ha incrementado la industria del sexo en su conjunto con posterioridad a la regulación legal, y el tráfico continúa aumentando»