Por Elvira Siurana
Kate Millett ha estado en España, está mayor, puede que sea la última vez que la veamos. Me emocionó encontrarme con que esa amazona transgresora que «volaba» en mi juventud es hoy una venerable ancianita. Pero solo por fuera, pude comprobar enseguida que por dentro era la misma, el mismo espíritu libre, alegre e incordiante, dispersa y creativa, amante de la vida, curiosa y tan poco convencional…
No gustó a las mas rígidas, desconcertó al público en la concurrida presentación que le organizaron el Instituto de Estudios Feministas y el Instituto de la Mujer y les gustó ¡como no!, a Las Karakolas, las jóvenes radicales que entendieron que su deslavazado discurso era anticapitalista, antipatriarcal y un canto a la libertad, al desafío, a la vida, y que eso es feminismo. Finalizado el exitoso evento -la sala de actos del Instituto rebosó, creo que por primera vez- Ana de Miguel mostró su preocupación por que no hubiera nada previsto para ella en la próxima semana en la que permanecería en Madrid. Pidió a su prima María Gregorio, amiga nuestra, ayuda, que yo feliz ofrecí.
Tras su viaje a Valencia Silvia muy formal llevó a su hotel una cartita de presentación solicitando una entrevista. A las dos horas llamaba a casa Kate exclamándose porque estaba sola, en el hotel no vendían tabaco, había tenido que discutir para que le llevaran algo de comida que no podía pagar porque no tenía euros, había quedado con alguien que se retrasaba y estaba ABURRIDA, que supongo era lo peor.
Silvia acudió en su rescate provista de tabaco y las jóvenes Laura Tejado y Haizea Álvarez estaban allí dispuestas a llevarla a La Karakola para una charla. A partir de ahí nos organizamos, coordinamos, avisamos a las amigas que estaban en Madrid y pudieran hablar con ella en inglés. Aparecieron enseguida, Pilar López Díaz y Pilar V. Foronda y también Laura y sus Karakolas.
Llamé al Instituto de la Mujer para informarme de cuál era la situación y para reclamar su implicación. Mi sensación en esa conversación fue la de quien quiere quitarse de encima a una pesada. Ana Mañeru a nivel personal organizó una colecta para darle a Kate unos euros y ofreció una cena y un comida gratis para ella en el Entredós que compartimos con Elena de la Librería de Mujeres.
Quien vea la fotografías percibirá que a Kate hay que acompañarla y cuidarla como a una persona mayor que es. Entenderíamos que hay que cuidar a una niña pero no entendemos que hay que cuidar a una anciana.
Lo cierto es que me sentí contenta por tener la oportunidad de compartir tiempo -aunque fue Silvia quien se ocupó realmente de ella, su inglés lo facilitaba y su entusiasmo lo merecía- y a la vez perpleja y crítica por el desarrollo de los hechos.
Mi reflexión ahora que han pasado dos semanas y es la siguiente:
No puede ser. Esto no puede funcionar así.
En primera lugar las de la Bonnemaison la invitan y nos enteramos de casualidad que Kate Millett da una charla en Barcelona. Saben que Vindicación publicó su obra, con esfuerzo e ilusión, saben que Lidia la trató y entrevistó y que luchó por publicar esa entrevista que finalmente salió recortada en El País. No habría estado mal una llamada ¿no?
No se cómo fue que contactaron con el Instituto de Estudios Feministas y creo que éstas con el Instituto de la Mujer cuya directora ágilmente -y es de agradecer su gesto por lo que implica de conexión con el MF-, puso el local y su presencia a disposición.
Y todas le hicimos los honores, y la aplaudimos cálidamente. Agradecieron las ponentes su contribución a la historia, sus aportaciones al pensamiento feminista, sus luchas… Se apagaron las luces y como si de un elemento del decorado se tratara se la depositó en el archivo -en este caso una habitación de hotel-.
La llevaron a Valencia, no sé muy bien para qué… pero por lo menos tomaría paella y visitó esa hermosa ciudad.
El feminismo es una ideología e implícitamente una ética. A las feministas no hay sólo que estudiarlas, hay que conocerlas y hay que quererlas. No podemos caer en esa maldita lógica del consumo de usar y tirar. No se saca a una mujer que es ya un icono del feminismo de su casa, -aunque se le pague- y se la trae a otro punto del planeta para exhibirse con ella y luego dejarla y que se busque la vida en una ciudad como Madrid.
Esta señora a quien tanto le debemos, aunque quizás muchas no lo sepan, siente, padece, piensa, percibe, quiere y por supuesto exige respeto. Y eso cada día.
Ni los estudios feministas, ni los literarios, son etnología y en todo caso también entre los animales es imprescindible establecer vínculos afectivos para comunicarse y extraer enseñanzas.
Si entendemos el feminismo como una lucha por cambiar la sociedad para hacerla más justa, más civilizada y con el fin de conseguir una existencia más agradable, debemos entender que esto se construye por el camino, día a día con actitudes personales que implican compromiso. Y el compromiso se llama SORORIDAD.